Oh gloriosísima Virgen, escogida por decreto eterno del Altísimo para ser la Madre del Verbo encarnado, tesorera de las divinas gracias y abogada de los pecadores, yo, tu muy indigno siervo, a ti recurro a fin de que te dignes ser mi guía y consejera en este valle de lagrimas.
Consígueme, por la preciosisima Sangre de tu divino Hijo, el perdón de mis pecados, la salvación de mi alma y todo cuanto sea necesario y útil para obtenerla.
Madre del Buen Consejo dirige tu maternal mirada sobre nosotros. deseamos imitarte y seguirte para aprender a tratar y amar a Jesús, Señor de nuestra existencia.
Intercede también para que la Iglesia triunfe sobre sus enemigos y el reino de Jesucristo se propague por toda la tierra.
Amén

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